Otro Yo

Otro Yo

Colectivo PantallaGRIS

(Bárbara Cachán y Adrián Rodríguez)

HORARIO

    

 Martes a sábado: de 12:00 a 14:00 h y de 17:30 a 20:30 h

      Domingos y festivos: de 10:00 a 14:00 h

      Lunes cerrado

Para comenzar un proyecto de arte contemporáneo hace falta tener confianza en tu trabajo y mucha voluntad para continuarlo. Por esta razón no es frecuente que dos artistas se unan y crean en el otro, hasta formar un tándem sincronizado.

El proyecto “Otro Yo” está hecho gracias a una simbiosis. Es producto de dos artistas jóvenes que apuestan por que ese intercambio les lleve más allá de sus diferentes puntos de vista. Una complicidad que ha dado como resultado una productiva labor creativa, tanto en los planteamientos conceptuales, como en los procesos de producción.

En esta muestra se exponen uno de esos proyectos en los que se trata, no tanto de presentar o trasformar lo representado, sino de mutar la mirada sobre ello. Los dos artistas en cuestión, Adrián Rodríguez y Bárbara Cachán (colectivo Pantalla GRIS), se han apartado de esa misión regulada del ilustrador social que es el artista, para dirigirse a la complicidad del espectador, remiten al observador que sabe de las mutaciones de la cultura y la existencia mismas.

Ciertamente no es nada nuevo denunciar lo estrangulada que está la comunicación por los medios que nos la sirven a diario a domicilio, pero aquí el artista, sin pretender cambiar lo establecido, ocupa su propio papel en la sátira, alterando, sin inmutarse, esa desconexión que los canales electrónicos de información están ocasionando en nuestro modo de ver y ser.

Los autores de esta mordaz propuesta hacen su propia declaración de intenciones, la insolencia de ser los protagonistas de un mensaje que viaja por las formas de lo grotesco, sin por ello resultar siniestras. El conjunto acaba siendo una alucinación penetrante., sus mutaciones y nuevas monstruosidades rozan lo hipnótico, pueden parecer oníricas pesadillas, pero ese barroquismo subconsciente que aparece en algunas piezas destila un irónico desparpajo. Podríamos remitirnos a un paralelismo borroso con los collages encapsulados de Darío Villalba, pero aquí no hay una vía única que conduzca a un solo destino ni a un desenlace expiratorio. La presentación de varias series impide, por otro lado, esa mirada fija con la que el espectador suele salir de las exposiciones monográficas.

Las obras, mayoritariamente monocromas, muestran deformaciones aparentemente crueles. Son seres experimentales, producto de caprichosas mutaciones morfológicas, fisonomías de lo humano híbridadas por nuevas circunstancias. Sin embargo, aunque deshumanizadas, nunca acaban en lo animal, su mirada se fija sobre el espectador creando una constante tensión entre la obra y el visitante. A pesar de todo, no hay una representación de lo concreto, no hay drama, cada obra es una divertida sátira. Las seis series remiten a condiciones aleatorias de Los Nuevos Reinos del Ser contemporáneo, entes dominados por la fragilidad de la identidad, y la existencia a partir de los otros. Este mundo antropomorfo presupone la consagración de los miedos personales, de la desazón colectiva, está plagado de seres postapocalípticos, todos son existencias pérdidas.

En estas pantallas grises la percepción engendra extrañas metamorfosis que terminan por alcanzar un éxtasis en constante transformación. Pero, no hay trucos que desenmascarar, partiendo de piezas en pequeño y medio formato, las obras hablan desde la austeridad, comenzando por los medios empleados. La secuenciación les permite intervenir manualmente después cada pieza, permitiendo trabajar en múltiples pruebas a la vez. La fragmentación y desfragmentación aporta, paradójicamente, una productiva sofisticación; este método de trabajo, en lugar de limitar la percepción, la amplía. En cada imagen podemos ver desaparecer y reaparecer nuevas identidades a partir de una sola matriz; personajes salidos de una iconografía, con una belleza radical de magazine, pueden acabar en desechos anónimos. En la serie de rostros, por el contrario, las personas fotografiadas por ellos son modelos únicos, tras las fisonomías alteradas por el gesto emotivo perviven referentes propios que pueden reconocerse, aunque no por ello de forma permanente. Intervenidos mediante simples disolventes o con ordenadores, los modelos se remodelan y descoyuntan con la misma finalidad, descontextualizar lo reconocible.

Cachán y Rodríguez emplean sus habilidades con el dibujo para hibridar realidades diametralmente opuestas a los estándares formales que han aprendido académicamente. La dimensión ambigua de sus obras trata de mostrar las deformidades interiores que no controlamos. Residimos en una sociedad estrangulada donde se inculca una ideología opuesta a nuestra condición. La propia naturaleza ya ha dejado de reflexionar sobre si nos dirigimos hacia la gloria o hacia el infierno, donde se disuelve la identidad personal.

“Otro Yo” pone en escena a los seres en transición que somos, entes impotentes ante cualquier posibilidad de liberación. Aunque no lo pretendan directamente, la influencia del cine y el cómic también está latente en su iconografía, sin embargo, a pesar de esa manipulación extrema, mantienen una plasmación vinculada con lo real, sin poses ni ridiculizaciones. Como sus creadores dicen, “en este juego de realidad-irrealidad, el espectador ve su reflejo agónico, donde uno no sabe si se encuentra dentro o fuera de los límites de la gran pantalla”. Los personajes están ahí, con toda su aparente libertad, tal como desean ser, pero sometidos a una realidad y a una dirección ajenas, bajo la omnipresente influencia de pantallas que creemos manejar a nuestro antojo, pero a las que consentimos que nos cuenten constantemente lo ajeno.

Los seres que se asoman en esta exposición no han perdido del todo su identidad, pero les cuesta cada vez más reconocerse en lo propio, solo se dejan ver como fragmentos perdidos que gritan, aún estoy aquí.

José Luis Pajares