Virxilio Vieitez

 

SALA DE EXPOSICIONES HOSPEDERÍA FONSECA

Virxilio Vieitez
Del 14 de febrero al 6 de abril de 2014
Horario: de martes a sábado de 12.00 a 14.00 y de 17.30 a 20.30 h. Domingos y festivos de 10.00 a 14.00 h. Lunes cerrado

Con la colaboración de Fundación Telefónica y MARCO

Cuando se inventó la fotografía, nadie podía imaginar lo poco que encajaría su futuro dentro de esquemas y definiciones. Sin embargo, su destino ya estaba salpicado de continuas aportaciones, no sólo en el campo de la tecnología —el factor más previsible—, sino también en su disfrute, en su lenguaje y en su valor. La naturaleza misma de la fotografía implica cierta dosis de ambigüedad que hace difícil encajar una imagen en un contexto definido. Una fotografía puede nacer con una función muy precisa, para después adquirir nuevas connotaciones.

Un excelente ejemplo de esa metamorfosis que la fotografía lleva en su ADN es la obra de Virxilio Vieitez. Un fotógrafo que sabía, o mejor dicho sentía, que era el mejor en su oficio, pero que no se consideraba a sí mismo como autor, y que desde luego no imaginaba que, después de cincuenta años, se habría reconocido en su producción el valor “autorial” y artístico que le ha situado en una encrucijada de géneros y saberes.

Virxilio Vieitez siempre realizó sus fotografías por encargo, recorriendo Terra de Montes a lo largo y a lo ancho para fotografiar a sus clientes a domicilio. Su obra reúne todas las características del fotógrafo rural que documentaba acontecimientos y momentos vitales de las personas y familias de su entorno —desde bautizos hasta bodas, primeras comuniones o funerales—, pero, a diferencia de otros, tenía un talento especial para conferir solemnidad a cada uno de los retratos que realizaba. Su estilo era inconfundible. Poseía una capacidad y una intuición extraordinarias a la hora de plantear la puesta en escena, en la que incluía objetos y sugería poses que a veces rozaban el surrealismo pero que, a pesar de ello, se convertían luego en fragmentos de verdad, fuertemente enlazados con el entorno.

Su papel de fotógrafo de pueblo en aquellos tiempos —de finales de los anos cincuenta a los setenta— gozaba de gran prestigio y encajaba perfectamente en el carácter de un personaje especial como Vieitez: inteligente, rápido, competente, instintivo y consciente de sus facultades. Daba órdenes a sus modelos con una firmeza que no admitía discusión y con una lucidez que garantizaba el resultado. “Yo estudiaba la papeleta y, cuando apretaba el disparador, eso era el tiro seguro”. Virxilio Vieitez no desperdiciaba un disparo, era un profesional más que fiable, una apuesta segura para sus paisanos de la provincia de Pontevedra.

De los primeros retratos de estudio —según dictaban las costumbres de la época— a aquellos que ambientaba al aire libre, sus preferidos; de los reportajes de ceremonias a las fotos de tamaño carné para el DNI —una sucesión interminable de rostros, inmortalizados durante los años en que se hizo obligatorio el carné de identidad—, y hasta los retratos para enviar a los muchos familiares emigrados: Vieitez registraba todo ello confiriendo un carácter hierático a cada pose, y el conjunto de sus imágenes ofrece hoy un excelente testimonio etnográfico que se convierte en memoria de un pueblo y de una época.