El Otro, de Miguel de Unamuno y Alberto Conejero
ENTRADA GENERAL 12€ / COMUNIDAD UNIVERSITARIA 10€
DESVÁN TEATRO
Autoría: Miguel de Unamuno / Alberto Conejero
Dirección: Mauricio García Lozano
EL OTRO nos propone el tema del misterio de esa íntima personalidad, desdoblada -en lo consciente y en lo subconsciente- en dos hermanos gemelos. Un tema cuyo relato sombrío comienza cuando uno de ellos ha muerto asesinado por el otro y el que vive pierde su identidad, ya que no sabe si es el otro o él mismo. Un tema complejo de gemelos donde el autor muestra los debates del espíritu en una atormentada lucha, que llega a trasponer las fronteras de la razón -confundidos la realidad y el delirio- en el alucinado personaje que es foco de la obra y encarnación humana del mito bíblico de Caín y Abel. Un tema donde Unamuno ha visto el lado trágico, la eterna lucha del ser consigo mismo, exasperada ante el doble que le repite, como un espejo, su imagen.
ALBERTO CONEJERO
Como el resto de la producción dramática de Unamuno, El otro (escrita en 1926 y estrenada seis años después) parece situarse en una difícil encrucijada entre la fascinación y que sigue ejerciendo y su
práctica desaparición de los escenarios.
Por un lado, y de ahí la fascinación, el teatro de Unamuno quiso acercar la escena española a las vanguardias europeas. Se trata de un teatro audaz, sintético hasta la desnudez, abierto radicalmente a la experimentación, y que presenta un nuevo paradigma del personaje dramático. No encontramos ya el intento ilusionista de construir el trasunto de una “persona real” sino la asunción plena de la naturaleza poética / ficcional del personaje. El dramaturgo presenta una voz que ocupa un lugar indeterminado entre el actor y la ficción. Esta voz se define por una serie de rasgos voluntariamente imprecisos. De este modo, cada personaje es uno y a la vez toda la humanidad. Es fácil rastrear la huella de Maeterlinck o Ibsen, pero también la de sus coetáneos Evreinov o Pirandello hasta descubrir su inesperada influencia en autores aparentemente tan lejanos como Fosse, Kane o Rambert. Los temas de los que se ocupa —la mentira vital, la otredad, el misterio de la existencia ante un Dios ausente— no sólo no han ido perdiendo interés sino que nos golpean con renovada fiereza.
Unamuno era plenamente consciente de que su teatro exigía a los espectadores un nuevo pacto de recepción, de colaboración (“creo que a la gente le va a costar seguir mis ideas"). Es un teatro que necesita de una escucha activa, cómplice, de una voluntad de misterio. De ahí el otro elemento de la encrucijada a la que me refería al inicio de estas líneas: el ostracismo del teatro de Unamuno de los escenarios. Ya en su época se le acusó de hacer un teatro demasiado literario. Es un juicio que, con distintos matices, se ha ido repitiendo a lo largo de las décadas. Unamuno reclamaba la teatralidad implícita en sus textos. En el caso que nos ocupa: “El otro no es literatura dramática sino teatro. No es para ser leído sino para ser representado. El otro ha nacido para el teatro y para el teatro va.”